J.M. BARRIE
James Matthew Barrie
James Matthew Barrie, nació en Kirriemuir, Escocia, el 9 de mayo de 1860, siendo sus padres David Barrie y Margaret Ogilvy.
A los cinco años un hecho traumático viene a marcar su vida para siempre condicionándola a una carencia que le acompañaría hasta el final de sus días: su hermano David, cercano a los 14 años, fallece en un terrible accidente, y la madre, Margaret, queda tan tocada por la pérdida que se recluye durante meses en su dormitorio, sin querer ver a nadie, y menos que a ninguno, a su hijo pequeño James.
Barrie creció, pues, a la sombra de un hermano mitificado por una madre que antepuso su recuerdo al del hijo vivo a quien pareció incluso coger aversión simplemente porque estaba vivo, “y crecería”, cosa que David ya no podía hacer.
Pero James no creció en muchos aspectos, nunca superó el metro cincuenta de estatura y prefería más frecuentar el trato de la chiquillería que el mundo de los adultos.
Empezó a escribir en la infancia, no relatos de imaginación, sino tomando sus propias vivencias como tema, y en 1883, Barrie entra en el diario de Nottingham.
Iniciándose profesionalmente en las letras, no tarda en empezar a escribir novelas como, por ejemplo, El admirable Crichton, y en 1896, abre su corazón con Margaret Ogilvy, libro biográfico dedicado a su madre, al año de haber fallecido ésta.
En 1897 es ya escritor renombrado en Inglaterra y también en Norteamérica, y contrae matrimonio con una actriz, Mary Ansell. Extraño matrimonio, que, según dicen, no se llegó, a consumar por impotencia, concluyendo en divorcio años después.
El escritor vivía cerca de los Jardines de Kensington y gustaba de dar largos paseos por el parque ya que le distraían los juegos infantiles, observados con indudable nostalgia, y por esta razón llegaba incluso a entablar conversaciones con los niños que le aceptaron siempre como uno más ya que el pequeño caballero les complacía relatando cuentos muy interesantes.
Su buena disposición para con el mundo infantil, le granjeó muchas amistades, una de ellas, significativa por lo que representa en literatura, fue la que estableció con la niñita de 4 años Margaret, una criatura angelical que llamaba a Barrie mi “friendy” puesto que le era difícil pronuncias correctamente “friendly” y habitualmente sonaba como “fwendy” o “wendy”; esta muchachita falleció a los seis años.
En la vida de James Barrie, la muerte de sus seres amados parece una constante, su hermano, su madre, la pequeña Margaret, el matrimonio Lewellyn Davies, y más adelante, ya casi en su vejez, serán los tres jóvenes hijos de ese matrimonio, con cuya familia le unieron lazos de profundo afecto, George muerto en la Gran Guerra, Michael ahogado junto con un amigo -se presume que fue suicidio ya que ambos eran homosexuales-, y Peter, al que se le conoció siempre como “Peter Pan”, quien halló la muerte lanzándose al paso del tren en Sloane Square.
El universo fantástico que constituye, por paradójico que resulte, el único mundo real de los escritores, se halla en el caso de Barrie –como en el de Lewis Carroll con Alicia Liddell, por cierto, que el cuento de Alicia se público en los cruciales cinco años de James Barrie-, lleno de curiosas anécdotas que sólo pueden tener normalidad en la mente de un novelista o ser aprovechadas por él para utilizarlas en sus obras.
Barrie conoció a los niños Lewellyn Davies en los jardines de Kensington, residencia de su Peter Pan no por casualidad, y posteriormente a sus padres, un adinerado y bondadoso matrimonio, algo excéntrico, que “adoptó” al escritor como un hijo más, convirtiéndose la madre de familia, una mujer joven todavía, en el gran amor platónico de James; de ella dijo éste “que era la criatura más hermosa que había visto jamás”.
De tal suerte, el escritor se construyó una familia ideal con “padres” que le querían y “hermanos”·que le adoraban. Ahora bien, que nadie piense mal; por anómalo que todo pueda parecer, nunca hubo más de lo que aparentaba ser en realidad.
Al fallecimiento de los padres, James se hizo cargo de los chicos, prohijándolos y ocupándose de ellos para siempre y, saliendo al paso de presuntos comentarios maliciosos, agregaremos que, según el biógrafo de James Barrie, Andrew Birkin, el escritor no era ni homosexual ni pedófilo, confidencia que recogió de otro hermano Lewellyn Davies.
Peter Pan nació primero como cuento en versión oral y su autor estuvo escribiendo muchas versiones del mismo hasta su propio fallecimiento, pero si hemos de darle una fecha de partida, diremos que fue en 1903 cuando comenzó a ser más ampliamente conocido. En 1904 se transforma en obra de teatro –Barrie no confiaba en ella, pero su éxito fulminante le demostró lo contrario-, y en 1911 se convierte en cuento, siendo donados, todos los derechos de la publicación, al Hospital Infantil de Londres.
Después de esto, el resto es historia ya sabida; Peter Pan se ha convertido en un clásico: el niño que nunca quiso crecer, el mismo James, Wendy, dulce fantasma de la niña Margaret y madre a su vez en miniatura, la madre tierna y amorosa que hubiera deseado tener el escritor, los niños perdidos, cuya verdadera naturaleza se encierra en otra acepción narrada a los chiquillos Lewellyn Davies y sintetizada por George con esta frase luego aprovechada por Barrie al ponerla en boca de Peter Pan: “morir debe ser una gran aventura”, ya que los niños perdidos, sólo a su muerte, eran transportados al País de Nunca Jamás por Peter Pan.
Pocos años antes de su deceso, James Barrie, convertido en sir por el rey, era un hombre amargado que no sonreía muy a menudo, y que contrajo un calambre en su brazo derecho que llegó incluso a inutilizárselo, singular paralelismo con el del Capitán Garfio, ya que un cocodrilo se lo comió forzándole a llevar uno postizo rematado con el famoso garfio al que debía su nombre.
Famoso, honrado por todos –en el año 1937, la entonces princesita Margaret, le pidió como regalo de cumpleaños, un cuento escrito para ella, pero a él le sorprendió antes la muerte-, sir James Barrie ha pasado a la historia de la literatura infantil como uno de sus autores más afortunados y de cuyo cuento se han realizado varias versiones llevadas al cine -una existe, muda, que es una auténtica maravilla-, Disney y Spielberg, mucho después, también han rendido su homenaje al niño que no quiso crecer, es decir, al propio Barrie cuya frase más representativa es esta:
“Nada pasa, después de los 12 años, que importe mucho”.
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